Con Cristo, la Revelación alcanzó la cima de su apogeo, siendo imposible cualquier
enriquecimiento ulterior: Cristo ha henchido las medidas de toda automanifestación de Dios
a los hombres. El caudal, pues, de la Revelación no puede aumentar, pero estamos siempre
colocados frente al problema de ahondar en la realidad descubierta por ella, de penetrar
más y más en el conocimiento de los misterios de Dios. La Revelación, cierto, no crece en
los creyentes, mas éstos sí que aumentan en la comprensión de aquélla. Descubre la
Revelación los misterios de Dios que ningún espíritu creado llegaría jamás a entender
plenamente. He aquí por qué hay que tenerla siempre ante la vista, posibilitando así el
proceso indefinido de nuestra inteligencia acerca de los dogmas. Podríanse comparar los
dogmas particulares, los definidos en determinado tiempo, a unos anillos anuales que
marcaran el crecimiento de un árbol. A este crecer en comprensión de la Iglesia en la
Revelación es a lo que nos referimos cuando hablamos de la "evolución de los dogmas".
La creencia de que la automanifestación de Dios ha logrado su punto culminante y
absoluto en Cristo pertenece al contenido de la Revelación. Dan fe de ello la Sagrada
Escritura y la Tradición oral.